Memoria del tránsito: Una mirada a otro jueves de Río Piedras

noviembre 22, 2010 at 1:56 pm Deja un comentario

Memoria del tránsito: Una mirada a otro jueves de Río Piedras

Por: Xavier Valcárcel de Jesus


Supuse luego que aquélla había sido también la noche de la luz. Primero, un día de sol demasiado húmedo para cualquier gusto, aunque perfecto. Después su desaparición mandarina y luna llena. Entremedio, el perímetro en torno a la Ponce de León,  desde un poco más allá del Atelier Vilma Martínez y Namibia Viera, frente a la Iglesia Católica del casco urbano, hasta la esquina de la Gándara, todo nuevamente avivado e intervenido por lo que implica un Jueves de Río Piedras; esta vez, en su versión de octubre, a partir de la temática del circo.

Lo previamente acordado en la oficina había sido que yo fuese en plan de documentación, cámara en mano. Más de una decena de actividades culturales. Entre ellas un circo urbano en la Placita del Roble sobre la estación del tren, un proyecto de recopilación de la memoria urbana, un conversatorio sobre autogestión en un espacio autogestionado con una de las teatreras más importantes del país; una competencia con desfile de disfraces creativos y una exposición de pintura con todos los colores de un Caribe ancestral. Había mucho que cubrir, pero olvidé la cámara.

Me decidí, entonces, por la documentación desde el tránsito, desde el andar y el recorrido. Recordé al  flâneur de Baudelaire y su caminar la ciudad en aras de experimentarla, el ojo del caminante, la transurbancia, el libro de Francesco Careri, “Walkscapes: El andar como  práctica estética”, en el andar como improvisación. No obstante, la idea no era andar como forma artística autónoma, ni documentar o experimentar la “deriva urbana” como proponía en parte el Situacionismo, o las “amnesias del espacio urbano”, según denominadas por  Stalker; aunque tal vez sí las conductas lúdico-creativas y los ambientes unitarios de un casco urbano con una movida artística-cultural particular en la isla.

Todavía era la tarde cuando llegué a la esquina Gándara con Ponce de León. Todavía visible la nitidez del color de los graffitis, el reflejo de la calle en los cristales de las librerías. Arriba todos los balcones, cielo raso, ronroneo de motores en espera de luz verde.  Desde allí se veía  movimiento en la Plaza del Roble.  Cablería, luminotecnia improvisada,  muchas sillas en torno a un centro que sería dentro de muy poco la arena del tan esperado Circo Nacional de Puerto Rico.

Bueno, al menos lo esperaba yo y toda la ilusión era mía.

Nunca asistí a un circo. Siempre filmes, anuncios de televisión o promoción impresa. Nunca estuve debajo de una carpa. Nada de rubor ni cara de asombro frente a contorsionistas, acróbatas, equilibristas, frente a piruetas, saltos largos, frente a actos de magia en vivo.

Sospecho que por eso caminé primero a la placita. Una vez allí, supe que no era sólo mía la ilusión y que aquel circo, evidentemente falto de carpa, empezaba a aglutinar un público con cierto brillo en la mirada. Señoras y señores, vecinos de la comunidad, estudiantes, artistas, muchos niños jugando y sonriendo cerca de las primeras filas. Además, de forma paralela en los alrededores, un mercado artístico, agrícola y artesanal. Allí, una hora antes, en el mismo espacio, sobre el tragaluz de vidrio de la estación del tren, la Escuela de Bellas Artes de Bayamón había impartido gratuitamente talleres de circo.

El circo Nacional de Puerto Rico aun no comenzaba, así que decidí caminar un poco para hacer tiempo. Dos calles más allá, tatuajes de henna en plena acera. En La Chiwinha, música y poesía afrontillana. Desde la calle, su adentro era una postal amarillenta. Un vejigante ponceño sentado a punto de sonar un tambor, una falda de bomba abriendo y cerrándose en acordeón, gente bebiendo té y café y sonriendo al ritmo.

A pasos de La Chiwinha, en el Centro de Acción Urbana Comunitaria y Empresarial de Río Piedras (CAUCE), “Memoria del circo: conversatorios y visuales”. El primero “Carpas, payasos, fenómenos y bestias: Los circos en San Juan en el siglo XIX y XX” a cargo de Rose Marie Bernier, de la Escuela Graduada de Planificación, de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Luego “Anécdota de un circo” a cargo de Doloida Marcos, miembro del Circo de los Hermanos Marcos, una familia de cinco generaciones en el circo. Afuera, en la acera, una pequeña instalación a modo de tendedero de ropas, en la que el público podía colgar bolsitas rellenas de todo tipo de material que construyera, caracterizara o definiera al casco de Rio Piedras, o su imaginario.

Pensé en tantas tarjetas desechadas del tren urbano, en las plumas de las palomas turcas, en los pedazos arrancables del acrílico de los edificios de otro tiempo, mis fotos de la universidad, de la plaza del mercado, de la iglesia, pensé también en latas de aerosol. Pedí una bolsita y caminé en plan de recopilación. No era únicamente entonces, caminar para recopilar con la mirada en tránsito, sino también recopilar de forma física un algo, tal vez parte del aura, del espacio por donde transitaba.

Así, prestándole especial atención a cada superficie, vertical u horizontal, pared o suelo,  continúe el recorrido. Caminé en dirección al atelier, subí las escaleras, me maravillé con la estética de un cómodo salón de costura abierto hacia la vieja plaza, máquinas de coser en líneas, maniquíes, mamparas alumbradas, telas delicadas y vestidos. Allí los últimos toques a los disfraces creativos.

Dos calles más allá, en la Brumbaugh, el Teatro estudio Yerbabruja abarrotado por la conferencia de Deborah Hunt, “Producción, autogestión y espacios culturales”. Al salir, crucé el famoso Paseo de Diego, desierto ya y alumbrado con un verdor de alógeno nostálgico. Vitrinas, puertas enrejadas, bancos, fachadas abandonadas de lo que antes fueron concurridos teatros, baldosas, mosaicos, y  todos los residuos de un día de ventas. Sobre los callejones, aún la luna entera, la cablería del tendido eléctrico, y una luminosidad variable que hacía del entorno una fotografía estirada, en foco, en la que dominaba sólo arquitectura.

Cuando llegué de vuelta a la Plaza del Roble, ya todos tenían las sonrisas en la mitad de la función. Ya estaban allí los payasos, un mimo, narices rojas, camisas de líneas, un contorsionista enfrente sin cara de dolor, sombreros, luces encendidas, los aplausos.

Disfruté. La gente igual. Todos asistíamos a un circo afuera, cerca, encantador. Sonreí y tuve mi emoción, aunque no le dije a nadie.

Caminé luego en dirección a la Gándara. En la acera, algunos pasos en frente, una tarima vacía inundada de luz roja y espera. Después, a la derecha Librería Mágica y su conferencia “Sexualidad y transgresión en el Puerto Rico del Siglo XIX” a cargo del Dr. César Salcedo. A la izquierda, un minuto después, la Librería La tertulia y “Canción de la Magdalena: intersecciones entre lo artístico y lo religioso”, un conversatorio con la pintora Tanya Torres, la cantautora e investigadora Raquel Z. Rivera y el teólogo Dr. Luis Rivera Pagán.

Justo detrás, en la Calle González, dos actividades más: la presentación del libro “Waltzen” de Lina Nieves Avilés, presentado por Vanessa Vilches y Pepe Liboy en las afueras del café del Centro para Puerto Rico, y la exposición etno-musical “Porque esto es Africa  ¡Que viva la Música!” de Josian Ramos, en la Galería Guatíbiri. Esta vez, llena de olor a guayabas y de pinturas cargadas de color y referencias de África y las Antillas.

Caminé un poco más, aún buscando piezas sueltas en las calles para llenar aquella bolsita del proyecto de documentación de la memoria urbana. Pensé en esta bitácora pero tendría que escribirla. Pensé en las fotos panorámicas que no saqué cada vez que me detuve, en trazar mi ruta sobre un mapa en el que sólo aparecieran aquellas calles. Supe que la memoria no cabe toda en una bolsa plástica y desistí. Era bonito aquello de huir con la bolsa vacía y la memoria.

Miré el reloj, eran casi las nueve. Se me había hecho tarde para asistir al estreno de “En construcción”, las piezas cortas de Kairiana Nuñez en la Sala Teatro Beckett, entre las librerías. Merodeé un poco más, me detuve frente a algunas fachadas viejas; me senté después en un muro a mirar el paso de la gente. Río Piedras estaba vivo. Siluetas entrando y saliendo de cajas de luz. Librerías, restaurantes, el Cirque du Soleil  proyectándose sobre otro muro, unas señoras con sus vasitos de la Heladería Los chinitos. Al fondo, más gente entrando y saliendo de la estación del tren.

Recordé que de toda la ciudad, Río Piedras es la única parte en la que uno puede llegar o irse por debajo. Quise haber llegado en tren, para completar la noche así. Quise, también, haber traído cámara. Pero fue preciso. Tal vez. No hizo falta.

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